martes, 2 de julio de 2013

Scolari: el éxito de la fe

(FOTO: beta.excelsior.com.mx)

Cuando hace apenas un año, Felipe Scolari aceptaba el cargo como seleccionador brasileño, “el profesor” se hacía cargo de un reto mayúsculo. Con la Copa Confederaciones y, sobre todo, con el Mundial que se celebrará en Brasil de trasfondo, Scolari recogía un dardo envenenado de su predecesor, Manu Menezes, con el fin de transformar a un moribundo equipo que iba perdiendo prestigio por los campos de todo el mundo. Su reto era llegar al Mundial de su país como aspirante, con la clara obligación de pelear por el título. Un objetivo que, por entonces, parecía casi una quimera.
Scolari tomaba las riendas de un equipo descosido, sin rumbo y sin estilo, con una constelación de estrellas venidas a menos y sin un relevo generacional claro, a pesar de que la infinita cantera brasileña ya había dado algunos jóvenes interesantes. Precisamente, fruto de ese pequeño caos en que se había convertido la verdeamarelha, la Federación Brasileña optaba por un hombre de confianza y con el prestigio y el cache suficiente en Brasil como para ser capaz, primero, de levantar al equipo y, segundo, de unir al país nuevamente para que volviera a creer en su equipo. Felipao prometió trabajar duro hacia el objetivo. Con paciencia y humildad pero conocedor de la causa.
Su debut en Wembley ante Inglaterra acabó con derrota y con la sensación de que a ese Brasil le quedaba aun una eternidad para alcanzar a las selecciones más potentes del mundo. Con un centro del campo carente de creación y solo ligado al talento de los de arriba, el equipo no funcionaba. Y lo cierto es que Scolari llegó a la Confederaciones con el equipo aun sin dar muestras de optimismo. Si se le vio algo mejor en algún amistoso previo, pero aun sin ese futbol que parece debe ir unido a una selección como la brasileña.
En un grupo con Italia, México y Japón, el rendimiento de la canarinha planteaba algunas dudas. Tras dejar fuera de la lista a jugadores como Ramires, Ronaldinho o Kaka, Neymar era el elegido por Scolari para ser el nuevo líder de la selección. Su flamante fichaje por el Barcelona aumentaba la presión sobre el crack, pero el 10 aceptaba también el reto.
Scolari inicia la Confederaciones ante Japón con Julio Cesar bajo palos, Alves, Marcelo, David Luiz y Thiago Silva en defensa, dos pivotes como Luiz Gustavo y Paulinho, una línea de tres con Neymar, Oscar y Hulk y Fred como único punta. El mismo equipo que terminaría jugando la final. El once al que Scolari ha otorgado su confianza. Primer paso hacia construir un equipo campeón. Se acabaron las pruebas. Brasil ya tenía once tipo.
Lo cierto es que ante Japón o México no vimos una gran versión, pero el equipo ha ido mejorando a medida que fue avanzando la competición. Ya ante Italia vimos unos primeros minutos muy positivos, con un equipo intenso en la presión y vertical, aprovechando las virtudes de los de arriba. Ante Uruguay en semifinales, Brasil pasó apuros sin terminar de encontrar esa intensidad. Cuando la transición hacia los de arriba no es limpia, el equipo sufre.
Scolari es consciente de ello, pero no renuncia. Sabe que el talento que tiene en ataque es suficiente para desequilibrar la balanza y el trabajo colectivo, especialmente de su mediocampo, es la base para sumar victorias. Ante España vimos la mejor versión de ello. El mediocampo se impuso y los Neymar, Oscar o Fred recibían con opciones y, en muchos casos, con espacios. Y eso para este Brasil es como un coto de caza. Cuestión de tiempo que tenga premio. La intensidad que buscaba su entrenador desarboló a su rival y Brasil conquistó la Copa Confederaciones con brillantez.
Con un estilo que puede gustar más o menos, pero con la sensación de haberlo perfeccionado. De haber encontrado equipo y estilo. Dos de los grandes retos que Scolari tenía cuando cogió el equipo. Con una estrella rutilante en la que confiar llamado Neymar, el mejor de la Confederaciones, y un título en el bolsillo tras superar a toda una Campeona del Mundo. 

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